Seguridad de que los estaban protegiendo

Hoy hablaré con Dios de las obras que ha hecho en mi vida

Frutos del Campamento-Retiro de Pentecostés en Cocoyotla

El Señor es compasivo y misericordioso y envía su Espíritu Santo a renovar la faz de la tierra. Con la seguridad de que el Espíritu Santo se manifiesta comenzó el sábado 11 de junio, el retiro de Pentecostés en el casco de la exhacienda de Cocoyotla. Fueron llegando de uno en uno. Con el Ángelus comenzábamos ese espacio que queríamos entregar a Dios para descubrir su Espíritu Santo en nuestra conciencia. La instrucción de los primeros asistentes fue individual, para que aprendieran a orar consigo mismos, a mirarse con amor, con sus debilidades y fortalezas y dialogar con ellos mismos para agradecerse o pedirse una transformación. Así comenzaron a dispersarse, uno a uno sin socializar, por entre los rincones de la hacienda. A algunos les costaba trabajo el hecho de estar consigo mismo. Los invitábamos a que lo siguieran intentando, Siempre pensando que le presencia del Espíritu Santo renovará la faz de la Tierra, también desde cada uno.

La siguiente sesión continuaba la búsqueda del Espíritu Santo, aquel que  es en el Padre y el Hijo, el que es en el Hijo en nosotros. Aquel que escucharon los Santos y siguieron con todo su empeño hasta alcanzar en conciencia la Santidad que nos comparte Cristo y transforma la faz de la tierra.

El Espíritu Santo es la voz que escuchamos gracias a que Dios nos dio espíritu para recibirlo, como si fuera una transmisión de amor permanente de Dios a la cual podemos acceder cuando encendemos nuestro espíritu. Y el Espíritu Santo transmite en nuestro espíritu: consejo, ciencia, fortaleza, sabiduría, inteligencia, temor de Dios y piedad. Con esos dones se transforma la faz de la Tierra. Y siguieron llegando más personas. Pero la Divina Providencia nos invitó a un rosario de “León” el abuelo de Javier, que había asistido al retiro de Semana Santa. Consejo que subrayó la necesidad de orar y de interceder unidos y solidarios, vivos y difuntos, ante Dios nuestro Señor en piedad.

La noche llegó, cenamos y regresamos a la hacienda, había posibilidad de lluvia, pero en cambio nos regaló nubes iluminadas por la luna y luna que iluminaba la hacienda. La faz de la tierra se transformaba. Nos metimos por entre las ruinas a buscar leña, algunos iluminados únicamente por la luz de sus celulares y la fortaleza para arrojarse a meterse en lugares donde puede haber tantos peligros. La fogata comenzó a tomar altura. Más personas llegaron. Había muchas actitudes y celulares donde distraerse: Juegos, música, mensajes. Y no faltaban bromas y las groserías. El rumbo era llegar a transformar la faz de la tierra. Era importante que se miraran como realmente los ve Dios, como un amor y a algunos los fuimos encaminado para que abrieran la puerta de su voz usando palabras limpias y respetuosas hacia ellos y hacia los demás, para que, lo que de su boca saliera, viniera desde el fondo de su corazón.

Acostados sobre unas mantas en el pasto, se iba integrando la sesión de contemplación. Primero la meditación auditiva, para aprender a enfocarse, pues una mente que no se abstrae y enfoca, difícilmente distingue y valora un elemento de otro. Era como encender los celulares en un dialogo con Dios, pero con el equipo que utiliza: El Espíritu Santo y nuestro espíritu. Poco a poco se fueron enfocando. Así comenzó la meditación con música y Pedro comenzó a llevarnos por el sonido de la guitarra que se deslizaba en el silencio de la hacienda. También su canto y cantamos hacia adentro, así llegamos a la meditación con jaculatoria, aprendiendo a gobernar la mente, la emoción y el cuerpo, repitiendo la jaculatoria mentalmente, al ritmo de la respiración profunda como el oleaje del mar calmo, el cuerpo relajado. Era nuevo e inquietante para algunos, algunos  intentaban perseverantes esa meditación que te regresa al presente, al instante que vives.

Luego vino la guía para vivir la contemplación y descubrir el abrazo del viento, el regazo que nos sostiene con la tersura del pasto, la claridad con que iluminan las estrellas y la luna, mirándote en Dios y Dios en ti, mirándote mirar a Dios, mirándo a Dios mirándote. Llego el punto donde la paz fue evidente, 10 minutos más con 25 jóvenes y adultos enfocados en la presencia que transforma la faz de la tierra y que también surge y se expresa desde el trono del fondo de su corazón.

Vino el tiempo de volver al mismo espacio, como si sonara el timbre de recreo, aunque en verdad parecía que habían recibido una descarga de energía. Se movían con mucha vitalidad y soltura algunos, la alegría se transmitía, las bromas regresaban, pero eran igual pero con un sentido diferente, más de camaradería, las palabras comenzaron a tener un sentido más claro. En lo individual se les iba guiando para que condujeran esa energía que a las 3 de la mañana se manifestaba con gran frescura. Algunos subieron al campanario a cantar, otro exploraban a obscuras las ruinas de la hacienda, jugaban y se movían con la alegría natural de la infancia y con la seguridad de que los estaban protegiendo. Hasta que apareció el sol y le cantaron.

Hay quienes se fueron a descansar a su casa, otros simplemente se asearon y así llegamos a la sesión de conclusión:  Encarnar el Espíritu Santo y hacer una red de amor hasta donde nos permita el mundo renovar la faz de la tierra.