Confía y Él hará todo lo demás

Hoy visitaré al Santísimo y haré una comunión espiritual regalándole mis temores y angustias.

Claudia nos comparte los frutos del retiro que vivimos del 13 al 15 de mayo, en este tiempo litúrgico de «Resurrección del Amor».

Mí querido amigo:

Hoy te quiero contar una cosa que este fin de semana me sucedió, pues es algo que cambió por completo mi vida de una forma muy fuerte y a la vez muy linda.

Pues bien, para esto tengo que comentarte que hace unos días, yo me sentía muy decaída, creía que mi vida ya no tenía un rumbo fijo, y mucho menos sentido alguno, en sí, comenzaba a planear mi muerte. Entonces platicando con un amigo, fui convencida de ir este fin de semana a un pequeño retiro (muy personal) en Coatlán del Río, Morelos.

El viernes que llegué a Coatlán, yo no tenía idea del para qué iba, la verdad no le encontraba mucho sentido. Cuando se me empezó a hablar de Dios y con esto me dieron una pequeña medallita de la cruz de San Benito, yo aseguraba no estar convencida de creer en Él, de hecho, al momento en que se me preguntó si yo sentía a Dios dentro de mí, mi respuesta fue “la verdad no, para qué le miento”, y en el transcurso de una larga plática, tuve la oportunidad de sacar lo que estaba guardado dentro de mí, esa tristeza y miedo que durante varios días me había perseguido, y no te puedo negar que desde el camión me sentí con mucha confianza, pues has de saber que me fui con una linda amiga.

Durante esta plática, la cual duró unas dos horas, tuve varios sentimientos encontrados, desde tristeza, nervios, inseguridad, temor, y mi mayor sentimiento seguía siendo el no saber para qué estaba ahí. Al escribir una pequeña oración, tuve la sensación de libertad para poder expresarme sin miedo a nada, en donde yo misma me di cuenta de lo que necesitaba en ese momento (responsabilidad y compromiso), que por mis miedos no podía ver.

Al día siguiente, me fui temprano a la iglesia del pueblo, y no te puedo negar que es my bonita, pero, ¿sabes?, al llegar al atrio, algo no me dejó entrar, era una sensación de rechazo y de extrañeza hacia lo que estaba adentro, de esta forma, opté por quedarme afuera y escuchar desde ahí la misa. Poco antes de terminar la misa, decidí entrar aunque sea para ver la estructura, pero sin ningún interés de rezar ni nada por el estilo. Déjame decirte que a partir de ese momento que entré, me llamó la atención una imagen del nacimiento del niño Jesús y los reyes magos adorándolo, trayendo para mi otra vez una sensación de extrañeza, y desde ahí, esta imagen comenzó a tener significado para mí.

Cuando salí de la iglesia, me fui a caminar unos minutos por el lugar, y decidí regresar a casa, jajaja, pero no contaba con el hecho de que me olvidaría del cómo llegar, ja, tuve que hablar para que me ayudaran a regresar, pero mi experiencia en ese ratito fue de libertad y desesperación.

De ahí nos fuimos al río, donde tuve un momento para meditar un poco del dónde vengo y a dónde voy, pero para esto también tenía que tener presente lo que estoy haciendo ahora para llevar mi camino. Al compartir mis experiencias, se comentó que más tarde iríamos a un momento de oración, a lo cual yo no estaba tan convencida de querer ir, pues cuando se me preguntó si quería ir, mi respuesta simplemente fue un “NO”, a esto él me dijo “ya lo sabía”.

Este momento en el río, no terminó ahí, pues una amiga a la cual quiero mucho, me dio la oportunidad de escuchar su encuentro con Jesús hecho niño y lo mejor es que me permitió compartir esa experiencia al dejarme dormir con Él las dos noches, y, te digo algo?, qué hermoso momento fue el poder estar con Jesús bebé. Regresamos a casa y comenzamos a hacer varias cosas antes de ir a la oración, hasta se nos hizo tarde.

Cuando nos subimos al carro para ir a la iglesia, comenzó un momento muy duro para mí como persona, ya que sin razón alguna, me comencé a enojar, llegamos a la iglesia y mi enojo automáticamente aumentó, pues como en la mañana, otra vez no quería entrar, pero tuve que hacerlo. Al pararme frente al Santísimo, estalló mi coraje hacia Dios, e inmediatamente me fui a reclamos muy fuertes, palabras llenas de odio y coraje (¿puta madre, para qué naciste?, ¿qué quieres de nosotros?, ¿porqué no te quedaste muerto?, ¿quieres humillarnos? Aquí estamos hincados ante ti, ¿qué más quieres? Pinche gente ridícula que solo adora a un pedazo de metal, hijo de la chingada ¿qué pretendes con esto? <Al escuchar cantar> pinche viejo, deja de cantar, jajaja-algún día estos dejarán de creer en ti, si me vas a condenar, condéname de una vez, al fin no me importa) tenía ganas de salir corriendo, pero sabía que no podría, quería levantarme y aventar la custodia, pero también me lo impedirían.

Al terminar la oración, yo me alegré, pues yo pensé que ya nos iríamos, ja, pero qué crees?, que una de las personas con las que iba (él), me dijo que fuéramos al sagrario, y como te imaginarás, esa alegría que tenía porque nos íbamos ya, se volvió a convertir en enojo; mi respuesta fue un “¡no quiero ir!”, pero él no me hizo caso, entonces ella se fue atrás de mí y comencé a caminar entre los dos, en verdad me sentí forzada. Cuando llegué a la capillita donde está el sagrario me quedé afuera y les dije “¡no quiero entrar!” él que ya había entrado, volteó hacia mí ella me llevó hacia adentro y sucedió que cuando empiezo a caminar y acercarme, mi mente se puso por completo en blanco (comentando que no recuerdo nada de ese instante), y cuando me di cuenta, ya estaba frente al sagrario, a una distancia menor de un metro, mi primera reacción fue de querer escapar, pero ella me regresó, pero después empecé a llorar lo más fuerte y profundo que pude (esta vez fue de tristeza y arrepentimiento), no me preguntes qué pasó, pues yo tampoco sé muy bien, solo me dejé abrazar por los dos, comencé a temblar, mis piernas se debilitaron y te confieso que en algún momento sentí caerme, pero, algo dentro de mi ser me detuvo, una pequeña caricia acompañada de una voz que me decía un “no te preocupes, todo va a estar bien”, wow!!!!!!!!!! No te voy a negar que eso me tranquilizó muchísimo.

Al regresar a casa y tener la oportunidad de platicar con los dos, yo fui dándome cuenta de todo lo que había pasado, y en verdad me sentí cansada, me acosté en la alberca y ahí comencé a compartir mi experiencia con ellos, primero con él, luego con ella y a último los tres juntos, esta experiencia me hizo ver esa fortaleza y responsabilidad que sentía, pero más que nada, me di cuenta del gran regalo que Dios me había dado al mostrarme su compasión y misericordia, pues yo me sentía llena de paz.

Este momento en el que me encontré directo con Jesús, fue muy fuerte para mí, el simple hecho de pasar de un gran enojo que en su momento no pude controlar, a un llanto de tristeza y arrepentimiento, y por último a un sentimiento de tranquilidad, acompañado de un cansancio físico.

Después de esta situación que tuve en la iglesia (que por alguna razón tuvo que pasar), puedo compartirte que hoy siento a un Jesús lleno de amor, capaz de darlo todo por mí y por todos, y hasta de hacerse presente con tan solo una caricia acompañada de un “no te preocupes, todo va a estar bien”.

Llegó el día de regresar a casa, pero antes de eso, quisiera platicarte que un poco antes de irme viví otra experiencia que me hizo muy feliz. Primero fuimos a misa de 12, y al ver la imagen del Niño Jesús, María y José con los reyes magos, que primero vi con extrañeza y luego con enojo, por fin la pude ver con alegría y admiración, era aquella familia que así como cuidó a Jesús, a mí también me vio nacer, crecer y fue guiando mi camino.

Y ¿qué crees? Ya casi era hora de regresar a casa, así que teníamos que cerrar lo que en su momento se había abierto, lo cual me encantó porque mi última lección fue de las más importantes; y ¿sabes cuál es? “Para ser libre hay que perdonar, perdonarnos a nosotros mismos para poder ver más allá, y si no sabes cómo, solo mira a Jesús, ve con Él, platícale cómo te sientes, solamente déjate llevar, confía y Él hará todo lo demás”.

Por último, me tuve que despedir de mi niño Jesús que me acompañó por estos días, las lágrimas salieron a relucir, pero esta vez fue de agradecimiento por todos aquellos regalos que por medio de diferentes situaciones me fue dando.

Llegó la hora de partir, pero ya no me fui sola, ahora mi querido Jesús se iba conmigo acompañándome y lo mejor es que para siempre; pero eso sí, con la responsabilidad y compromiso de continuar esta Misión de amor que fue sembrada en mi.

No me quiero ir sin antes pedirte que si en algún momento sientes tristeza, miedo, enojo o inseguridad, no te preocupes, solo intenta orar, meditar, reflexionar, perdonar, y más que nada confía en Dios, todo se puede, pues él nunca te dejará solo.

Amén.

PD. Por cierto, una última cosa: vive tu presente. Tu hoy y ahora es la oportunidad que tienes para poder construir lo que quieres y necesitas hacer, no antes ni después, HOY.

Ahora sí:

AMÉN.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *