- ¡Deja de pedir el Amor y compártelo! Lucha por atraer el Amor, que está en ti, a tu consciencia.
Alma mía, el Amor es la esencia de tu ser. Eres una expresión del Amor de Dios encarnada en esta tierra. En verdad eres un Amor y Amor es lo que en verdad puedes dar, cada vez que lo confías al mundo, el Amor se extiende y te abraza. En cambio, el dinero es un acuerdo entre los seres humanos, es una idea temporal que siempre cambia y cuando entregas el dinero se pierde, propiamente es un pensamiento de posesión y poder en la mente.
¿Qué es lo que te da paz?
Tener una forma de ingresos te da tranquilidad pero puede cambiar, esa idea sobre el cambio puede llegar a quitarte la paz y hasta despertar la avaricia por acaparar más, ocupando tu mente en esa tarea y ocultando tu espíritu en la consciencia.
Pero la paz es fruto del espíritu de Amor que te anima, así pues la paz no tienes que tenerla pues está en ti y para reconocerla lo que tienes que hacer es compartirla. De la misma forma que le ocurre al Amor, cuando compartes la paz se extiende y te abraza.
¿Cuál es el origen, camino y destino?
Cuando descubres el Amor, reconoces el origen, el camino y el destino, encuentras el rumbo y sentido de tus acciones. En cambio ¿cuando se origina el dinero en tu consciencia? ¿Cuando se origina el Amor en tu consciencia? Literalmente tienen la distancia del cielo a la tierra. Por eso el rumbo y sentido de las acciones del dinero son pasajeras, inciertas, necesitas estar alimentando continuamente la idea del dinero para sostener su presencia es decir un nivel que te dé seguridad. Pero el Amor se sostiene en tu origen, tu camino y es tu destino. Se expresa desde ti, sólo requiere que quites de tu consciencia aquello que contraría al Amor: el placer, el poder y la posesión del mundo.
La consciencia del Amor
Alma mía, tenemos 6 ventanas para conocer el mundo y una puerta para transformar el Mundo. Mente, emoción, cuerpo, el decir de las personas, la imaginación y los sueños son instrumentos para cumplir nuestra función de Amar en el mundo, pero algunas veces dejamos que tomen el dominio y perdemos nuestra misión de Amor, por ejemplo:
- Cuando la mente domina tus acciones es calculadora, adaptable entonces juzgas, condenas y aíslas al Amor.
- Cuando tus emociones dominan tu vida los resentimientos y rencores guían tus acciones para acercarte o alejarte sin considerar la unión en el Amor.
- Cuando tu cuerpo domina tu camino los deseos, sensaciones, sensualidades y padecimientos te miras débil y enfermo ante el mundo ocultando el Amor que da vida a tu existencia.
- Cuando el decir de la gente y las adivinaciones domina tu presencia, tu comportamiento discrimina y tu caminar vaga entre los pensamientos de las personas, dejas de poner pie firme en el Amor que miras en ti.
- Cuando tu imaginación controla tu consciencia surge la ansiedad por resolver o acumular, los celos y la depresión como una forma de lucha de ti contra ti, olvidas que el Amor que te sostiene en la verdad.
- Cuando los sueños toman el dominio de tu consciencia tu consciencia se turba cuando ignoras el camino del Amor.
Que tu Amor domine tu consciencia
Pero cuando el Amor domina “el foro” de tu consciencia y tus acciones, es tu espíritu que se hace presente, eres tú, alma mía, desde ti el Espíritu de Amor de Dios se extiende en el mundo que habitas, te miras en su Amor y en el Amor descubres tu camino y destino. Pon pie firme en el Amor de Dios y da el paso de amar a tu prójimo y a ti. Alma Mía: En el Amor «Dar es recibir».
Escucha al maestro y haz lo que te pide.
Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con Él, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?».
Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu.
Este es el más grande y el primer mandamiento.
El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas».
Evangelio según San Mateo 22,34-40.