Alma mía, en el principio las palabras son las que crean la experiencia de vida, por es observa donde siembras tus palabras para que florezcan y den fruto. Cuántas veces te has sentido ignorada, sintiendo que no te comprenden, ni te escuchan. Parece que tus palabras se las lleva el viento, suenan bonito o son menos importantes que otras labores.
Alma mía, el Señor tiene palabras de vida eterna, de gozo, paz y amor. Palabras de misericordia y perdón. Pero no te detienes para recibirlas. El Señor es el Amor y tu eres el amor del Señor. Con cuánta paciencia espera el momento para entregarte sus bendiciones. El sentir rencor, resentimientos y temores. El juzgar y condenar. El dejar que los caprichos del cuerpo te dominen. El esperar a que los demás te reconozcan y aplaudan. Todos esos son espacios donde el amor no florecerá.
El Espíritu Santo está muy atento a sembrar y cultivar en tu espíritu y a través de tu vida sus frutos. Quiere que disfrutes y compartas Sus Frutos: Amor, Gozo, Paz, Paciencia, Amabilidad, Bondad, Mansedumbre, Fidelidad, Modestia, Autocontrol, Castidad y Misericordia, Tu estás listo para recibir y entregar todos estos. El Espíritu Santo ha llenado tu espíritu para que tus palabras se encarnen en tu vida y todos y todo lo que te rodea.
Alma mía, escuchar es la forma de recibir las palabras, pero no todas las palabras son escuchadas por eso ten cuidado donde y cuando siembras tus palabras para que se encarnen y compartas los frutos de tu espíritu. A veces piensas que ya compartiste tus palabras y eso es suficiente.
Observa como el buen sembrador de palabras separa las semillas buenas de aquellas que están podridas por los insultos. Solo siembra aquellas libres de juicios, rencores y resentimientos. Hace a un lado aquellas que son sólo cascarillas de semilla y las que están llenas de parásitos que se aprovechan de los nutrientes. Esta reflexión del sembrador mira hacia la semilla buena en el interior de su corazón y con el perdón limpia la siembra.
Alma mía, el sembrador se retira a preparar su siembra y luego se concentra en sembrar en el momento y el lugar donde el Señor las pueda impulsar a crecer y multiplicarse. El buen sembrador cuida a sus semillas porque son importantes. Por eso sus palabras deja de tirarlas por el camino como si fueran indirectas, deja de esperar a que las festejen, sabe que sus palabras en medio de las labores y las preocupaciones se ahogarán. Por eso busca un espacio y un tiempo para que crezcan y den frutos en el prójimo.
Los que siembran con lágrimas, segarán con gritos de júbilo (Salmos 126:5)
Aplica en tu vida el evangelio según San Marcos (4,1-20).
Jesús comenzó a enseñar de nuevo a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca dentro del mar, y sentarse en ella. Mientras tanto, la multitud estaba en la orilla.
El les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas, y esto era lo que les enseñaba:
«¡Escuchen! El sembrador salió a sembrar.
Mientras sembraba, parte de la semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros y se la comieron.
Otra parte cayó en terreno rocoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida porque la tierra era poco profunda;
pero cuando salió el sol, se quemó y, por falta de raíz, se secó.
Otra cayó entre las espinas; estas crecieron, la sofocaron, y no dio fruto.
Otros granos cayeron en buena tierra y dieron fruto: fueron creciendo y desarrollándose, y rindieron ya el treinta, ya el sesenta, ya el ciento por uno».
Y decía: «¡El que tenga oídos para oír, que oiga!».
Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor de él junto con los Doce, le preguntaban por el sentido de las parábolas.
Y Jesús les decía: «A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de Dios; en cambio, para los de afuera, todo es parábola,
a fin de que miren y no vean, oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y alcancen el perdón».
Jesús les dijo: «¿No entienden esta parábola? ¿Cómo comprenderán entonces todas las demás?
El sembrador siembra la Palabra.
Los que están al borde del camino, son aquellos en quienes se siembra la Palabra; pero, apenas la escuchan, viene Satanás y se lleva la semilla sembrada en ellos.
Igualmente, los que reciben la semilla en terreno rocoso son los que, al escuchar la Palabra, la acogen en seguida con alegría;
pero no tienen raíces, sino que son inconstantes y, en cuanto sobreviene la tribulación o la persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumben.
Hay otros que reciben la semilla entre espinas: son los que han escuchado la Palabra,
pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y los demás deseos penetran en ellos y ahogan la Palabra, y esta resulta infructuosa.
Y los que reciben la semilla en tierra buena, son los que escuchan la Palabra, la aceptan y dan fruto al treinta, al sesenta y al ciento por uno».
(AE)