Cuando comenzamos la peregrinación al templo de Cocoyotla, durante este retiro, caminando en su búsqueda. Muchas cosas ocurrieron: El “Angelus” nos inició la actitud de esperar en Dios. Caminamos meditando con la frase “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros” Tomamos veredas y empezamos a tomar conciencia de que “estás presente entre todas las cosas”: Frente al arroyo o la semilla de la guanábana, la flor silvestre o el cultivo y los campesinos. Estás en el camino y descubres caminantes, que sueñan, que piensan, que buscan la paz y el amor. No todos los que caminan peregrinan, algunos lo hacen sólo para trasladarse. Otros se han detenido en la sombra de una huerta y prefieren dejar pasar el tiempo, tal vez en una jugada de amigos.
Repitiendo el pensamiento: “Jesús Maestro, ten compasión de mi” descubres que en algunos momentos sólo es una frase e insistes en repetirla para tomar conciencia de que hablas con Jesús, el Maestro, quien limpió a los leprosos en el camino. Y en el camino empiezas a olvidar todas las lesiones, sólo estás donde estás.
Llegas sin sentir el tiempo ni la distancia al templo de Cocoyotla . La reja cerrada te impide entrar al atrio. Alguien que pasa te señala que es la puerta angosta por donde ingresar. Abres, llegas a la puerta del templo, cerrada también. Por una rendija miras el espacio de paz, pero no está presente Cristo en el Sagrario, la lámpara roja está apagada. La capilla sólo es un espacio consagrado para meditar. Te sientas en los asientos del atrio y compartes el camino. Sales de aquel lugar reservado para el sacrificio del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo: Cristo.
Junto a la capilla está un terreno donde creció maíz y calabaza en el abandono del hombre pero al cuidado de Dios, tal vez algún migrante fue a buscar una mejor vida. Alguien te dice que debieras haber llegado más temprano para tomar frescas las flores de calabaza. Estás flores naranjas se cierran protegiéndose por el calor. Recolectas algunas y entre ellas un fruto, una pequeña calabaza, ya en su punto. Agradeces, caminas pueblo abajo, te sonríen, todos corresponden el saludo de buenas tardes.
Llegas hasta la casa de un amigo, te comparten un refresco y la receta del “untado de limón” para repeler el ataque de los moscos. Te lleva a la antigua hacienda a mostrarte toda la labor que han hecho de limpiar la maleza que cubría la hacienda, para que se vea la majestuosidad de la hacienda. Como ocurre con el perdón, al limpiar resentimientos,
Te lleva hasta donde cultivó calabazas, ahora las miras en toda su dimensión, te regalan una gran calabaza. Se acerca el tiempo de muertos, de prepararla con piloncillo. Tu guía y amigo te comenta que una persona arrancó parte de su siembra de calabaza, como si fueran maleza, te dice que no lo puede perdonar y le ha dejado de hablar. El perdón comienza a ser parte del día.
Recorres la hacienda, miras la libertad de las golondrinas en la chimenea del antiguo ingenio. Repites: Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros. Llegas a espacios que parecen el jardín encantado: el sol juega entre las ramas de los frutales y las ventanas y algunos pisos derrumbados. Las paredes tienen los trazos de hongos y musgos con colores y dibujos que jamás has visto. Como en el camino de peregrinar, vuelves a mirar cada regalo de Dios en cada paso que das.
Te quieres regresar pues atardece. Llegas a la casa del amigo y nos ofrecen de comer y el perdón vuelve a pedir un lugar en la plática. Ahora descubres que el templo está vivo, está ti y en la familia que te recibe, que quiere la paz y el amor y que no han logrado quitar la maleza de su corazón. Por fin, descubres que llegaste al templo vivo que está en Cocoyotla, que era uno de los objetivos del retiro.
Miras que estás rodeado del prójimo, flores del amor que Dios ha sembrado en la tierra. Descubres que seamos como seamos Dios nos ama. Siempre nos acompaña y espera que entreguemos su amor, que es su herencia. Es nuestro Padre, el Padre Nuestro que está en los cielos, el mismo cielo que respiras, que te rodea, donde vuelan también las golondrinas. En el compartir santificas su nombre y buscas hacer su voluntad en el perdón.
Te ofrecen cocinarte la calabaza para que regreses, Te despides descubriendo la emoción de ver que hemos descubierto que si hay una nueva forma de vivir y es perdonando, que tienes la cruz de tu vida, pero que también le pones rencores y resentimientos que te la hacen mucho, mucho mas pesada. Repites: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.
Con la emoción, hasta las lágrimas, de descubrir la sanación en el perdón, te vuelves a despedir y te despiden. Regresas a Coatlán del Río a dar gracias a Dios, pues hay una vigilia solemne de aniversario de la adoración nocturna del Santísimo Sacramento, sección “Epifanía del Señor”. Encuentras que han llegado a darle gracias a Dios, muchos representantes de la región con las banderas de su parroquia. Asistes a la sagrada misa, la vigilia de adoración y recibes la bendición del Santísimo Sacramento, un recuerdo y un pan para el camino y terminas diciendo: Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros.