Alma mía, si le dieras una pausa a tu vida para tomar conciencia de la presencia vivificadora de Dios en todo tu cuerpo, en todo tu entorno, en la totalidad de tu vida. Dejarías de lamentar que te falta algo en tu vida.
Tantas veces estás preocupada porque falta algo en tu vida, en ese vacío tratas de ponerle rostros, lugares, actividades, trabajo, ocupaciones, diversiones, sexo, alcohol, drogas, platillos, moda… cualquier cosa que tape ese hueco que se percibe cuando “Algo falta en tu vida”.
¿Cuánto esfuerzo de tu vida por lograr algo que no está en tu vida? Quizá has olvidado valorar que la plenitud está en tu vida, pues es tan sólo un acto de conciencia que Dios está impulsando tu vida. Míralo y siéntelo como impulsa la vida en tu cuerpo, en tu entorno, en el universo. Mira y siente al Señor que está en ti, su Espíritu Santo da vida, sabiduría, luz y paz… La plenitud que tanto ansías.
Así como muchos países sufren hoy las agonías de conflictos y guerras, que buscan lograr algo que no tienen. Se acaban por un pedazo de tierra, buscan la paz de su alma en la venganza, se valoran en la medida que someten a otros. Cuántos hermanos de la humanidad están prisioneros y cautivos de ese vacío de temor. Cuántas parejas y familias se fracturan por ese hueco que miran porque algo les falta, porque alguien es el culpable, porque han perdido el rumbo, porque el temor y el rencor ahogan su garganta. Señalamos la paja en el vecino para no ver la viga que ciega nuestros ojos. Vivimos en un suspenso de que algo va a pasar y lo peor es que siempre esperamos que sea destrucción y separación.
Te propongo alma mía que hoy te asomes al hueco del temor usando la luz del amor para iluminarlo. Que te detengas diez minutos, cierra tus ojos, inclina tu cabeza y agradécele a Dios tu libertad. Con esa libertad puedes decidir iluminar el conflicto con la paz, el temor con el amor, pues está en ti la luz del Espíritu Santo. Diez minutos cada día, al levantarte, al acostarte, en este momento. Llena ese espacio en tu conciencia con la presencia del Señor.
Háblale al Señor, recordando que es el Padre Nuestro, sintiéndote hija amada, ruega por los prisioneros y cautivos en las guerras y los conflictos familiares y personales. Toma conciencia de la presencia del Señor en el aire que respiras y transforma tus células, en el alimento que te entrega, en las palabras que te guían a la paz. ¡Déjate guiar por el Amor de Dios! Decídete por darle ese tiempo, abandónate en el gozo de su presencia. Alma mía Él espera con paciencia y misericordia infinita tu conciencia para llenar en verdad cualquier vacío que te pueda inquietar.
Busca ese espacio de plenitud y gozo en tu vida, recupera la esperanza, el entusiasmo y el crecimiento. Dale el tiempo al Señor, al Padre Nuestro, al Hijo Amado, al Espíritu Santo conslador. Pídele a Nuestra Madre Santísima que te ayude en esta sencilla e importante decisión de encarnar el amor de Dios, de permitir que el verbo se haga carne y habite entre nosotros. Que se haga su voluntad.
La Palabra de Dios (Lucas 10:38-42)
En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.» Pero el Señor le contestó: «Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.»
(RDP)
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