Contemplar a Dios en nuestra vida

Hoy lavaré los platos pensando en mis resentimientos

En la parábola del Hijo prodigo hay un momento en que el hijo mira al padre a la distancia, se reconoce indigno, pero quiere mirarse en el padre, quiere contemplar a su padre en su vida.

La palabra contemplación tiene su origen etimológico en la raíz latina templum (del griego temnein: para cortar o dividir). Está formada de cum, com, y templum, templo. Significa también examinar y considerar profunda y atentamente una cosa, sea espiritual, sea visible y material, mirar con determinación o complacencia a una persona.

Así entonces, cuánto consideramos la presencia de Dios en el templo de nuestra conciencia, la luz acentúa la sombra y es posible que nos miremos más sensibles, al dolor del cuerpo, la frustración, la tristeza, la soledad… Al mirarnos en la presencia del Señor somos más conscientes de las limitaciones, la debilidad, la impotencia, la confusión, el caos y la tentación. “Estando más cerca de la luz se acentúan las sombras.”

Al descubrir la gloria se ve claro el abismo de la perdición. Al tomar conciencia de la vida eterna se contrasta con la idea de la mortalidad. La verdad acentúa la mentira. El camino descubre parálisis. La salud define el límite de la enfermedad.

El acercamiento al cielo hace presentes las tentaciones. Cuando contemplamos al Padre, mirándolo en la vida y mirándonos en la vida, la dimensión de nuestra conciencia de la vida cambia, literalmente, de la tierra al cielo..

Contemplar es nuestra decisión de mirar y mirarnos en Dios, en la luz o la sombra o la penumbra (un estado mediocre de conciencia). Contemplar a Dios, es un diálogo que escucha el eco de las palabras en el espacio profundo del espíritu,

Contemplar es un momento íntimo en el silencio del amor que expresa y escucha, observa, siente, huele, toca y vive en el amado. Por eso al contemplar nos escucha y miramos dentro de la presencia de Dios. Unido a Él.

Contemplar es mirarse hijo frente al padre, hermano de su creación, espiritu de su Espiritu. Es unir el templo de su creación, su presencia y su expresión con nosotros, en Él está la plenitud por eso no hace falta nada. “Quien a Dios tiene nada la falta”

Contemplar es mirarse en la creación y el creador. Reconocerlo como el origen y el destino, tal como lo haría una gota de agua en el mar, una estrella del universo, una flor en el bosque, un reflejó en la luz del sol, una grano de arena en él la playa, un hombre en la humanidad, una letra en la literatura, en color en la pintura. Reconociéndonos parte de la obra de amor, fruto del milagro de su creación, aferrándonos a su voluntad, su camino y su vida. Alimentarnos con su cuerpo y su sangre, con su presencia eterna. Colmándose con la música del ave, el abrazo del viento, la danza de las hojas, el diseño del amanecer y el atardecer el delicado vestido de una flor, dejando que nos inspire en la conciencia y nos guía en la razón. Dejando que nos muestre su rostro en los dolientes, los marginados, los pobres, los niños, los enfermos y los enemigos.

Contemplando a Dios en la vida, nos reúne a vivos y muertos, a hombre y mujer, a padre e hijo. León y cordero. Ordena a la semilla que se multiplique y que muera, y con ello, al igual que las uvas se unan a su espíritu, como carne y sangre de su creación. Para adorarlo y transformarnos en sagrarios vivientes, en custodia, cáliz y copón de nuestras familias, vecinos y ciudades. Nos reunimos en la luz de su misericordia, de su Espíritu Santo, para iluminar nuestro espíritu y la creación desde nuestras vidas la vida, lo mismo que el temor, las dudas, el dolor, la incertidumbre, la obscuridad. Nos convierte en el farol de su luz. Confesor de nuestros errores, perdón de nuestros pecados, de nuestra traición, olvido, intención inconclusa, apatía, lujuria, soberbia, gula, ira, vanidad. De nuestros errores que no permiten contemplar cada día a Dios en nuestra vida.