Orando con la Santísima Virgen María de la Medalla Milagrosa

Llevaré flores al templo para adornar y hacer más propicio el lugar donde vamos a orar.

Ofrecimiento

Quiero hablar contigo Madre mía y entregarte flores de Amor, flores en nombre de Jesucristo tu hijo, para que se unan a tus ruegos por nosotros Santísima Madre mía del cielo: Hija de Dios Padre, Esposa de Dios Espíritu Santo, Madre de Dios Hijo.

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Madre Mía en mi correr me preguntas:

¿Cómo te encuentras esta mañana? ¿Te sientes bien?»

Me detengo a confiarte mis debilidades, mis penas y mis errores que me atormentan

(PAUSA, MEDITA… busca en tu corazón aquello que estorba al gozo del amor, la paz y el perdón)

Madre Mía tu me dices:

«Pon esto en tu corazón, mi pequeñ@ hij@: no temas. ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿No te encuentras bajo mi sombra, a mi cobijo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás tú en el pliegue de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Necesitas algo más?»

(PAUSA, DIALOGA EN ORACION… háblale con la confianza de que es tu Madre del Cielo)

Entrega tus flores de Amor

Toma mis flores y bendícelas con tus manos para dar a mis hermanos el Amor de nuestro Señor Jesucristo a mis hermanos en estas flores de Amor:

Hoy quiero perdonar a nuestros hijos por el poco interés que muestran en ayudar para que nuestra casa y nuestra familia sea cada vez mas bonita.
Hoy guardaré un poco de mi despensa para entregarla a quien mas lo necesita.
Hoy le rezaré el ave María cuando aparezcan pensamientos, deseos y obras impuros.
Santísima Virgen María de la Medalla Milagrosa

Oración a la Santísima Virgen María de la Medalla Milagrosa

Oh, Inmaculada Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, al contemplarte de brazos abiertos esparciendo gracias sobre aquellos que te las piden, llenos de la más viva confianza en tu poderosa y segura intercesión, innumerables veces manifestada por la Medalla Milagrosa, aún reconociendo nuestra indignidad por causa de nuestras numerosas culpas, osamos acercamos a tus pies para exponeros durante esta novena nuestras más apremiantes necesidades … (SE PIDE LA GRACIA). Escucha, pues, ¡Oh Virgen de la Medalla Milagrosa!, este favor que confiados te solicitamos para mayor gloria de Dios, engrandecimiento de tu nombre y bien de nuestras almas. Y para mejor servir a tu Divino Hijo, inspíranos un profundo odio al pecado y danos el coraje de afirmarnos siempre verdaderamente cristianos. Así sea.

Santísima Virgen, yo creo y confieso tu santa Inmaculada Concepción, pura y sin mancha. ¡Oh, purísima Virgen María!, por tu Concepción Inmaculada y gloriosa prerrogativa de Madre de Dios, alcánzame de tu amado Hijo la humildad, la caridad, la obediencia, la castidad, la santa pureza de corazón de cuerpo y espíritu, la perseverancia en la práctica del bien, una buena vida y una santa muerte. Así sea.

Se rezan tres veces el Padre Nuestro, el Ave María, el Gloria y la jaculatoria:
Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti.

Oración conclusiva

Te entrego Madre Mía el Ave María de San Juan Pablo II

¡Dios te salve, María!

Te saludamos con el Angel: Llena de gracia.

El Señor está contigo.

Te saludamos con Isabel: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¡Feliz porque has creído a las promesas divinas!

Te saludamos con las palabras del Evangelio:

Feliz porque has escuchado la Palabra de Dios y la has cumplido.

¡Tú eres la llena de gracia!

Te alabamos, Hija predilecta del Padre.

Te bendecimos, Madre del Verbo divino.

Te veneramos, Sagrario del Espíritu Santo.

Te invocamos; Madre y Modelo de toda la Iglesia.

Te contemplamos, imagen realizada de las esperanzas de toda la humanidad.

¡El Señor está contigo!

Tú eres la Virgen de la Anunciación, el Sí de la humanidad entera al misterio de la salvación.

Tú eres la Hija de Sión y el Arca de la nueva Alianza en el misterio de la visitación.

Tú eres la Madre de Jesús, nacido en Belén, la que lo mostraste a los sencillos pastores y a los sabios de Oriente.

Tú eres la Madre que ofrece a su Hijo en el templo, lo acompaña hasta Egipto, lo conduce a Nazaret.

Virgen de los caminos de Jesús, de la vida oculta y del milagro de Caná.

Madre Dolorosa del Calvario y Virgen gozosa de la Resurrección.

Tú eres la Madre de los discípulos de Jesús en la espera y en el gozo de Pentecostés.

Bendita…

porque creíste en la Palabra del Señor,

porque esperaste en sus promesas,

porque fuiste perfecta en el amor.

Bendita por tu caridad premurosa con Isabel,

por tu bondad materna en Belén,

por tu fortaleza en la persecución,

por tu perseverancia en la búsqueda de Jesús en el templo,

por tu vida sencilla en Nazaret,

por tu intercesión en Cana,

por tu presencia maternal junto a la cruz,

por tu fidelidad en la espera de la resurrección,

por tu oración asidua en Pentecostés.

Bendita eres por la gloria de tu Asunción a los cielos,

por tu maternal protección sobre la Iglesia,

por tu constante intercesión por toda la humanidad.

¡Santa María, Madre de Dios!

Queremos consagrarnos a ti.

Porque eres Madre de Dios y Madre nuestra.

Porque tu Hijo Jesús nos confió a ti.

Porque has querido ser Madre de la Iglesia.

Nos consagramos a ti:

Los obispos, que a imitación del Buen Pastor

velan por el pueblo que les ha sido encomendado.

Los sacerdotes, que han sido ungidos por el Espíritu.

Los religiosos y religiosas, que ofrendan su vida

por el Reino de Cristo.

Los seminaristas, que han acogido la llamada del Señor.

Los esposos cristianos en la unidad e indisolubilidad de su amor con sus familias.

Los seglares comprometidos en el apostolado.

Los jóvenes que anhelan una sociedad nueva.

Los niños que merecen un mundo más pacífico y humano.

Los enfermos, los pobres, los encarcelados,

los perseguidos, los huérfanos, los desesperados,

los moribundos.

¡Ruega por nosotros pecadores!

Madre de la Iglesia, bajo tu patrocinio nos acogemos y a tu inspiración nos encomendamos.

Te pedimos por la Iglesia, para que sea fiel en la pureza de la fe, en la firmeza de la esperanza, en el fuego de la caridad, en la disponibilidad apostólica y misionera, en el compromiso por promover la justicia y la paz entre los hijos de esta tierra bendita.

Te suplicamos que toda la Iglesia se mantenga siempre en perfecta comunión de fe y de amor, unida a la Sede de Pedro con estrechos vínculos de obediencia y de caridad.

Te encomendamos la fecundidad de la nueva evangelización, la fidelidad en el amor de preferencia por los pobres y la formación cristiana de los jóvenes, el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, la generosidad de los que se consagran a la misión, la unidad y la santidad de todas las familias.

¡Ahora y en la hora de nuestra muerte!

¡Virgen, Madre nuestra! Ruega por nosotros ahora. Concédenos el don inestimable de la paz, la superación de todos los odios y rencores, la reconciliación de todos los hermanos.

Que cese la violencia y la guerrilla.

Que progrese y se consolide el diálogo y se inaugure una convivencia pacífica.

Que se abran nuevos caminos de justicia y de prosperidad. Te lo pedimos a ti, a quien invocamos como Reina de la Paz.

¡Ahora y en la hora de nuestra muerte!

Te encomendamos a todas las víctimas de la injusticia y de la violencia, a todos los que han muerto en las catástrofes naturales, a todos los que en la hora de la muerte acuden a ti como Madre.

Sé para todos nosotros Puerta del cielo, vida, dulzura y esperanza, para que, juntos, podamos contigo glorificar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

¡Amén!