Quiero compartir una anécdota que me ocurrió en el taller del perdón. Hace meses llegó «Raul» un hombre abatido diciéndome:
-Quiero encontrar el Perdón, me secuestraron a mi hija y a mi durante un mes y medio, a mi hija le cortaron un dedo, me dejaron sin nada, sólo con la vida. No puedo perdonar a quienes me secuestraron y quiero ir a matarlos. Ya busqué sicarios para pedirles que me ayuden a matarlos.
Así comenzamos la sesión, que está fundamentada en reconocer la presencia de Dios en nuestras vidas. Que cuando uno le tiene cualquier tipo de odio a una persona, se vuelve esclavo de esa persona , pues está atento a cada cosa que haga. El Espíritu Santo es quien guía nuestras palabras y obras, si lo dejamos y abrimos nuestra conciencia, haciendo oración para que se exprese en nosotros y a través de la creación que nos rodea, incluyendo nuestro prójimo.
Luego Le dije: “Quienes te secuestraron no sólo te quitaron todo lo económico, también te quitaron la paz, se las estás entregando y la única forma de recuperar tu paz es con el perdón”. Le di algún libro para que lo leyera, pero sobre todo diciéndole que entregaríamos su causa al Señor.
Llego una segunda sesión y luego en la tercera me dijo: “No puedo más, voy a ir a matar a esas personas, sólo vine a despedirme y agradecerle”. Cuando nos despedíamos le recordé las palabras de Cristo en la Cruz “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen” y que hiciera lo que hiciera Dios estaría con él, amándolo como Padre Bueno. Que pediría por él para que encontrara la paz del perdón y que ojalá no decidiera convertirse en esclavo de por vida de las personas que lo secuestraron. Me sentí triste de no haber podido ayudar con el perdón y me fui al sagrario. Para mi se convirtió en una advertencia de que algunas personas no querrían el perdón para ser libres en el Amor de Dios.
Hace un par de días, a las siete de la noche, estaba con todas las labores del cambio y sacar la chamba, la secretaria de la iglesia, me dijo que un señor me buscaba y que era referente a unas platicas que daba sobre el perdón. Estaba por comenzar la misa, pregunté si sabían dónde estaba. Sentado en una banca del templo lo distinguí cuando se paró con una gran sonrisa, mostrando los espacios de los dientes que había perdido, era una sonrisa de paz. Lo invite a mi privado y me comenzó a relatar.
-En las investigaciones me dijeron que eran un grupo de principiantes independientes. Y de pronto encontramos, con los Sicarios, a quienes me secuestraron. Ellos me dijeron que podía hacer con mis secuestradores lo que quisiera, que me apoyarían en caso de que fuera necesario. Días antes imaginé como les atravesaría con una varilla, primero los pies y así hasta saciar mi venganza, pero de pronto, al verlos, me di cuenta que eran unos «chavos», de esos que no han recibido amor en su casa. Todo se puso en su lugar, les dije que los perdonaba. Ellos replicaron que no necesitaban el perdón de nadie, pero en ese momento sentí como descargue mi odio y me sentí libre, sólo perdonando. No los tocamos y así regresé a mi casa como un hombre nuevo a disfrutar de mi familia. Nos tomamos de las manos, y nos prometimos construir una nueva vida, agradeciendo la presencia de Dios en nuestras vidas.
Mientras me platicaba como le acababan de heredar una pequeña casita, un viejo desconocido que había cuidado con mucha ternura como si fuera su papá. Yo no sabía si llorar de emoción o rezar dándole gracias a Dios. Hacía un esfuerzo por concentrarme en escuchar el testimonio, donde Dios había obrado milagros al entregarle el perdón a sus secuestradores. Sentí una gran aliento en mi alma, un abrazo de Dios y un deseo de vivir más cerca la “Biblia del día a día”, que se sigue escribiendo en el mundo. Estaba frente a un apóstol que me daba la Buena Noticia. Yo era un testigo de como se encarnaba el Espíritu Santo. Nos despedimos, esperando que Dios nos volviera a reunir.
El perdón es un manantial de bendiciones
Su hermano Juan Manuel