Aquel que ha terminado su función en la tierra, le llamamos difunto. Aquel difunto es más que polvo que conocimos, es el ánima que le dio sentido al polvo. Cuando el ánima terminó su función en la tierra, continúa su camino de espíritu de amor.
Nuestro espíritu no muere, somos una expresión de Amor y Dios no muere. El Amor es eterno, siempre presente, es camino verdad y vida. Los apegos de la tierra confunden a nuestra consciencia que está unida a nuestro espíritu. Si la consciencia no descubre la esencia de nuestro ser en el amor en la vida o al momento de la transición, cuando termina de nuestra función en la tierra, no logramos ser uno en el Amor.
Nuestra oración intercede
El Amor es el lenguaje que reconoce el espíritu y nuestras expresiones de amor guían a tomar consciencia de que somos uno en el amor. Amar es lo que nos da imagen y semejanza a Dios. Así pues cuando tomemos consciencia de un difunto, entreguemos expresiones de amor, oración, el sacrificio en la Santa Misa, el pensamiento de gratitud y de perdón dirigido a la presencia del difunto en nuestra consciencia.
Intercedamos por nuestros difuntos ante Dios nuestro Señor, con el ruego de nuestra madre la Santa María, de los santos, los ángeles y de todos aquellos que fueron significantes en su existencia en este espacio temporal. Si somos uno con Jesús y Jesús es uno en el Padre. Amor es lo que en verdad podemos dar.
“Si ustedes fueran del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no son del mundo, sino que Yo los escogí de entre el mundo, por eso el mundo los odia. Pero todo eso les harán por causa de Mi nombre, porque no conocen a Aquél que Me envió. Si Yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado (culpa), pero ahora no tienen excusa por su pecado. El que Me odia a Mí, odia también a Mi Padre. Pero ellos han hecho esto para que se cumpla la palabra que está escrita en su Ley: ‘ME ODIARON SIN CAUSA. Cuando venga el Consolador, a quien yo enviaré del Padre, es decir, el Espíritu de verdad que procede del Padre, El dará testimonio de Mí, y ustedes también darán testimonio, porque han estado junto a Mí desde el principio».
(Juan 15:20-27)
Oración intercesora de Jesús
Estas cosas habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que el Hijo te glorifique a ti, por cuanto le diste autoridad sobre todo ser humano para que dé vida eterna a todos los que tú le has dado.
Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te glorifiqué en la tierra, habiendo terminado la obra que me diste que hiciera.
Y ahora, glorifícame tú, Padre, junto a ti, con la gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera.
He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; eran tuyos y me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me has dado viene de ti; porque yo les he dado las palabras que me diste; y las recibieron, y entendieron que en verdad salí de ti, y creyeron que tú me enviaste.
Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me has dado; porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo, mío; y he sido glorificado en ellos.
Ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, guárdalos en tu nombre, el nombre que me has dado, para que sean uno, así como nosotros. Cuando estaba con ellos, los guardaba en tu nombre, el nombre que me diste; y los guardé y ninguno se perdió, excepto el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliera. Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo para que tengan mi gozo completo en sí mismos.
Yo les he dado tu palabra y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
No te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico, para que ellos también sean santificados en la verdad.
Mas no ruego sólo por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno. Como tú, oh Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.
La gloria que me diste les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno: yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfeccionados en unidad, para que el mundo sepa que tú me enviaste, y que los amaste tal como me has amado a mí.
Padre, quiero que los que me has dado, estén también conmigo donde yo estoy, para que vean mi gloria, la gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo.
Oh Padre justo, aunque el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Yo les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer, para que el amor con que me amaste esté en ellos y yo en ellos.
(Juan 17)
El camino del amor
El camino que se originó en el Amor del creador, somos expresión del amor de Dios sembrada en esta tierra desde el momento en que permitió que se encarnara, por la unión del padre y la madre.
En el vientre de su madre creció esta expresión de Amor y su cuerpo se formó para que su espíritu transitara por esta tierra realizando su misión de amar. Así un día conoció la luz de la vida temporal y creció su presencia con la vocación de amar como ser humano a los seres de este espacio que habitamos.
Comenzó dependiente de la caridad (caritas=amor) de su madre y con traspiés se puso de pie para caminar por el mundo. Al principio le tendieron la mano para que se mantuviera y, así, luego extendió su mano para comenzar a reconocer el mundo y unirse a otros.
Su rostro aprendió el lenguaje de la sonrisa y la tristeza, así su espíritu compartió el universo de su consciencia para identificar sus emociones con gestos, acciones y espacios que abrazan, acercan o atemorizan.
Todo estaba dispuesto para que su espíritu entregara el Amor de su origen, en su camino con el destino de amar.
- Su mente descubrió el pensamiento que mide juzga, separa, une, abstrae y resuelve las relaciones, el orden y el caos de todo lo que se acercaba a su conocimiento.
- Su imaginación unía pensamientos, emociones y sensaciones en una imagen que saltaba en la mente, la emoción, los sueños, el decir de la gente y el cuerpo.
- El cuerpo le mostró el mundo tangible, el placer y el dolor, el hambre y el frío, la suavidad y la dureza y tantas sensaciones iguales y distinguibles.
- Los sueños le mostraron adivinanzas y encrucijadas, impulsos y experiencias encantadoras o ingratas, retos y crucigramas a resolver en la dimensión del subconsciente.
- De la presencia de la gente y sus dichos expandió sus alcances hasta los rincones donde la humanidad crecía, se destrozaba, reunía, querría, deseaba, expresaba su razón y su emoción; le daba pertenencia y competencia, inclusión y desolación, cercanía y seguridad, en la gente aprendía la síntesis de ser humano.
En el andar su consciencia dejó de escuchar la voz de su espíritu que lo guiaba a amar. Se apoderó de la consciencia la mente y juzgó, condenó y se convirtió en esclavo de sus ideas. Cuando la emoción tomó el mando, los rencores y resentimientos crecieron como maleza que ocultaba el amor. Cuando el cuerpo dominó la presencia el deseo y los excesos no permitieron descubrir el amor. Su imaginación tuvo momentos de dominio y la ansiedad y la depresión trastornaron su visión del mundo. Al dejar que el decir de la gente lo dominara para aceptar o renegar de su presencia, la desolación desvió el rumbo del Amor.