Mi alma anhela tu Presencia cada día Padre Nuestro. Cuando recuerdo la ausencia de mis hijos, me compartes un poco del dolor que sientes al ignorarte y pasar por la vida como si no tuviéramos Padre Nuestro. Gracias por la presencia y la convivencia que me permites con mis hijos, pues el gozo de escucharles cualquier cosa de ellos es enorme, y medito lo que sentirás cuando cerramos la puerta y hacemos oración al Padre Nuestro.
Buenos días nos das Padre Nuestro, cuando te incorporo en mis conciencia pues encuentro la paz y el bienestar; tu Espíritu Santo ilumina mi espíritu y con esta luz ilumino mi mente, emociones, cuerpo, prójimo y el mundo que me rodea, anhelo tu presencia Padre Nuestro, festejarte cuando la fe y la esperanza aparecen en las palabras y la vida que nos has encomendado en tu encarnación en Jesucristo, siempre de amor y perdón, marcando los límites del oscuro temor.
Necesito dejar fuera el ruido y acunarme en tu presencia, habitar tu conciencia. Necesito alzarme sobre el ruido que interrumpe mi diálogo con el Padre Nuestro, que separa lo que tú has unido, que aísla mi conciencia en un remolino de sentimientos y emociones, en el egoísmo. Ayúdame Señor a estar contigo, quiero aprender a estar contigo y conmigo mismo, apagar el ruido de palabras necias y tibias, brincos y saltos, placeres sin el alma. Quiero quitar la avaricia y la soberbia, la pereza, la gula, la ira y la lujuria que son expresiones de mi egoísmo cuando niego tu Espíritu Santo en mi alma, en mi espíritu, en mi conciencia. Necesito escucharte nuevamente Señor… Sigue leyendo «Buenos días Padre»



Señor, el sabor amargo del enojo me quita el dulce sabor de la vida. Es como niebla densa que cubre el bosque y el cielo. En la ira miro lo que no está. Quiero vencer el enojo para construir mi vida y el camino que transito con piedra, en verdad y vida. Mi enojo es como una tormenta cerrada de arena. 





